Enseña con tu ejemplo

 
 
 

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Es más fácil decirlo que hacerlo. La otra noche, tras un día bastante largo, agitado y complicado, recibí la llamada de un representante de mi banco que quería venderme algo. No solamente me molesta sobremanera recibir llamadas telefónicas no solicitadas de empresas, sino que me irrita que lo hagan justo cuando estábamos listos para sentarnos a cenar.

Intenté ser cordial y explicarle que no me interesaba la proposición y que no era un buen momento para platicar, pero el empleado bancario seguía insistiendo. Perdí la paciencia, y en vez de colgar el teléfono como he hecho en otras oportunidades, comencé a subir el tono de mi voz y a discutirle a gritos. Mi marido me miraba sin entender lo que estaba sucediendo y cuando finalmente me atreví a cortar la comunicación, después de varios gritos para dejar bien en claro que no quería que llamaran nunca más a mi casa, me senté a la mesa como si nada hubiera pasado.

Recién ahí me di cuenta de que mi hija, Isabella, de 2 años y medio, me observaba confundida. “Mami, ¿por qué estas enojada?,” me dijo entre lágrimas. No me había dado cuenta de que mi falta de delicadeza y sentido común la habían asustado.

Llegué a disculparme, pero ella se había quedado muy impresionada por mi conducta y lloró por un buen rato. Conclusión: la cena que tanto quería preservar sin molestias, fue un fracaso. Mi hija siguió llorando y mi marido me miraba con ojos de reproche y agitaba la cabeza de lado a lado.

Traté de explicarles a ambos que no estaba enojada sino que sólo estaba reaccionando a una llamada, y fue en ese momento que me sentí muy tonta. ¿Cómo explicarle a una niña de 2 años por qué había tenido una reacción tan inapropiada y desmedida? Mi reacción no valió la pena y me sentí inmadura.

¿Acaso no me la paso diciéndole que pida las cosas de buena manera y si es con una sonrisa, mejor; que diga “por favor” y “gracias” y que por sobre todas las cosas, no le levante la voz a nadie, que hablando se entiende la gente?

Todo lo que le venía repitiendo a Isabella sin cesar, lo había echado por la borda. Por eso valen más los actos que las palabras. El rol de los padres es enseñarles a los chicos cómo enfrentar las diversas realidades que los rodean y cómo lidiar con éstas de la mejor manera posible, educadamente y con mucho respeto.

Me di cuenta de que es fácil perder el control y gritar y sé que así no se consiguen buenas soluciones. En casa tengo una niñita muy susceptible que siempre está observando e imitándome. Los niños aprenden de lo que viven. El buen ejemplo es contagioso y los valores que quiero inculcarle deben ser practicados por todos, incluyéndome a mí, siempre. Séneca, filósofo hispanoromano conocido por sus obras de carácter moralista, dijo una vez: “Lento es el enseñar por teorías, pero breve y eficaz, por el ejemplo.” Así animaba a los padres a actuar con coherencia y exigencia personal. No vale insistir que no grite, y decírselo gritando. Tampoco explicarle que debe compartir pero después adelantarme a otros en la fila del supermercado.

Aunque todavía me resulta difícil predicar con el ejemplo, me di cuenta de que es el mejor legado que le puedo dejar a mi hija. Es esa exigencia personal que la ayudará el día de mañana a ser una buena persona y a lograr ser más tolerante y tomar decisiones acertadas.

Foto: Creatas Images

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