Navidad antes y ahora, primera parte
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Vivir en un mundo bicultural obliga a preservar viejas tradiciones y a acoger otras nuevas. La clave está en ser flexibles para mantener la armonía sin desterrar las raíces.
Mi primera Navidad en Estados Unidos fue de llorar. La tía con quien yo vivía tuvo que viajar de emergencia, por lo que mi prima y yo nos quedamos solas, tratando de hacerla lo más alegre posible. Pero fue difícil sacarnos de la mente las Nochebuenas de nuestra infancia en Perú, con misa de gallo, seguida por la cena familiar en casa de la abuela, con mucho panetón y chocolate caliente.
Esa vez, tras llamar a la familia a desearle Feliz Navidad y oír la algarabía al otro extremo de la línea telefónica, mi prima y yo desistimos de pasarla bien tan lejos de casa, soltamos lagrimones y nos acostamos a dormir. Sin embargo, con el paso del tiempo, la Navidad en mi país adoptivo preservó viejas tradiciones y acogió nuevas, cambió un poco de menú y llegó a ser feliz.
Las fiestas de fin de año, una época de enormes expectativas y emociones encontradas, pueden ser tan alegres como difíciles para los latinos que viven en Estados Unidos. Además de enfrentar los típicos ajetreos, conflictos y dilemas que estas celebraciones conllevan, extrañan a familiares dispersos, con quienes no pueden reunirse debido a las distancias, el costo o problemas de visados. Añoran la Navidad de su infancia, con lechón, campana sobre campana, y Melchor, Gaspar y Baltazar. Tratan de adaptarse a las costumbres de su marido o sus vecinos, las largas listas para Papá Noel y la ausencia de los sabores que no encuentran en su supermercado local.
“Aquí en Estados Unidos, con todo el énfasis en lo comercial, se le quita un poco el carácter de familia y el aspecto religioso que tiene la Navidad”, asegura Michelle González Maldonado, profesora adjunta de estudios religiosos de la University of Miami. “Según el lugar donde vivan, los nuevos inmigrantes pueden encontrar comunidades por lo menos similares a las suyas en las que se habla español y se celebra de maneras similares. Pero si no encuentran ese apoyo, comienzan a perder sus tradiciones y se adaptan a su nueva cultura”, agrega.
“Es imposible evitar a Santa Claus y el arbolito, sobre todo cuando hay niños en casa”, afirma por su parte Nicolás Kanellos, profesor de literatura hispana de la University of Houston y editor de Noche Buena: Hispanic American Christmas Stories (Oxford University Press). “Todos los medios de comunicación presionan a las familias a participar en costumbres que a veces son demasiado materialistas”, dice. Pero tiene esperanza de que con el crecimiento de la población latina en Estados Unidos, algunas tradiciones hispanas pasen a ser tan comunes como lo son ahora las piñatas en las fiestas infantiles.
En casa, si no se pueden conservar todas las costumbres propias, sugiere, quizá sea posible continuar algunas, como armar el pesebre con el que evocamos el nacimiento de Jesús.
Kanellos, puertorriqueño casado con mexicana, va a dos o tres posadas todos los años, canta los villancicos de su niñez en familia y come pasteles y tamales. Pero como otros que han sucumbido a las comodidades de este país, los Kanellos han dejado de pasar días hirviendo hojas de plátano y rallando tubérculos, y ahora compran tres docenas de pasteles en un restaurante local.
-Por Susana Bellido Cummings
Foto: iStockphoto
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