Lo que los viajes les enseñan a los niños

 
 
 

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Saludos desde Máncora, una mágica playa en el norte del Perú, el país donde nací y crecí. Aquí, junto con mi esposo e hija, por primera vez estamos persiguiendo cangrejos, yendo en mototaxi y durmiendo, literalmente, arrullados por el sonido de las olas.

En Máncora, en cuestión de días, estamos conociendo gente amabilísima, disfrutando de fresca comida marina (aunque a Emi, valgan verdades, le cuesta probar nuevos sabores) e imaginando, a veces, cómo sería vivir a orillas del mar.

Los viajes de vacaciones, por supuesto, sirven para descansar, pero también tienen el maravilloso poder de conectarnos con gentes, costumbres y geografías distintas. Como mamá, desde hace un tiempo, compruebo además el gran efecto educativo que un viaje puede tener en los hijos, especialmente cuando son pequeños.  (continuado)


Pero, “¿qué beneficio ofrece para un niño el hecho de romper temporalmente con la rutina?”, pueden preguntarse algunos padres. “¿De qué le sirve romper, por un tiempo, con la comida de siempre, con los horarios de siempre, con el idioma de siempre y los rostros de siempre?”

Creo que los beneficios de un viaje para un niño son varios, pero hay dos en especial: gracias a ellos, los niños aprenden desde temprano que existen otras formas de vivir y otras culturas, además de la suya propia; algo que tiende a expandir mentes y, ojalá, también corazones.

El segundo gran efecto positivo de un viaje es que puede ayudar a que el niño desarrolle capacidad de adaptación frente a circunstancias particularmente nuevas. Aquí un ejemplo fresco. El primer día en Máncora, Emilie estaba aterrada por las decenas de cangrejos que corrían en la arena (era la primera vez que veía un cangrejo fuera de un acuario) así que decidió que no iba a pisar la playa ni acercarse al mar. Sin embargo, con el paso de las horas y tras varias explicaciones sobre lo infundado de sus miedos, la niña logró repensar el problema y bastó que encontrara a otra chica (una amiguita que hizo en el avión) para que venciera su temor.

Si a la fascinación que en mi hija de cinco años genera el mar, sumamos el hecho de que en este viaje escucha español todo el día (su primera lengua es el inglés) y que día a día descubre aquí algo nuevo, desde caballitos de mar hasta pelícanos y zorritos, no me cabe duda de que los viajes pueden ser una perfecta aventura educativa para un niño.

Es cierto que para los pequeños no es siempre fácil romper con la rutina, pero con la buena disposición y ayuda de los padres, ellos pueden aprender mucho de la experiencia de viajar. Me despido mirando mi imagen favorita: padre e hija jugando sus primeras partidas de damas mientras el sol se hunde en este rincón del Pacifico. ¿Se puede pedir algo más?

Foto: Getty Images

Paola Cairo es una periodista que nació y creció en el Perú. Actualmente vive en Texas con su familia. Para conocerla más visita su blog Con Ojos de Mamá.

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