Criar niños en un ambiente multicultural

 
 
 

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Adivina, adivinador… ¿Qué pasa en un hogar donde el papá ruso y la mamá colombiana se comunican en inglés y la hija de ambos es norteamericana? Respuesta: se vive como en la Torre de Babel. Sólo que el mío no resultó un castigo a la soberbia, sino un premio a la tenacidad para vencer desafíos.

Como ya podrán imaginarse, criar a un niño en un ambiente tricultural puede ser una pesadilla, pero también una gran oportunidad. Comencemos por el nombre de mi hija. Algo que para la mayoría de las familias suele ser emocionante, en la mía el tema se convirtió en una tarea complicadísima. Queríamos uno que se pudiera pronunciar fácilmente en los tres idiomas y con el que todos pudiéramos sentirnos identificados. Pero eso no era todo: también había que pensar en el idioma en el que se le hablaría a la pequeña, las tradiciones que se mantendrían en casa y cuáles serían las bases de su educación. Allí entré en pánico, abrumada por las interminables opiniones y consejos de abuelos, familiares y amigos, tras lo que pensé que mi familia entera iba a terminar tarde o temprano en un manicomio o, lo que es peor, en el exilio. Tras muchas discusiones, idas y venidas, Eva fue una elección muy acertada que nos dejó a todos tranquilos y felices. Pero éste fue apenas el primer desafío.

Allí fue cuando decidí educarme sobre el tema. Por ejemplo, descubrí que existen varios métodos para aprender idiomas. Nosotros optamos por hablar los tres en casa. A Eva yo le hablo en español, Igor le habla en ruso, y está el idioma del ambiente que es el inglés, con el cual mi esposo y yo nos comunicamos.

Si un chico se expone a varios idiomas, los aprenderá pronto. Eso le facilitará que aprenda otros.

Algo que nos llenó de entusiasmo fue la posibilidad de viajar a nuestros países con Eva e involucrarla con las tres culturas. Tras ver que su primer viaje a Colombia a los tres meses no resultó muy traumático—sobre todo porque sus pasatiempos favoritos eran comer y dormir—al cumplir su primer año viajamos nuevamente y nos sorprendió la facilidad con que la niña se adaptó a los horarios, la comida y el entorno. También notamos que estos viajes la estimulaban y la ayudaban en su proceso de socialización, al punto que fue en ese segundo viaje cuando empezó a caminar y descubrimos su gusto por el baile. Sin embargo el verdadero reto fue hace unos meses cuando decidimos visitar Rusia. Cualquier madre sabe que viajar con un bebé de año y medio hasta el otro lado del mundo es una odisea. Pero cuando Eva comenzó a responder a nuestras órdenes en los tres idiomas como por arte de magia, expresando sorprendentemente su diversidad, nos dimos cuenta de que cualquier esfuerzo por inculcar los idiomas y la culturas vale la pena. Sus frases, que ya comienzan a ser más coherentes, involucran de todo un poco; aprendemos vocabulario y costumbres viendo caricaturas o escuchando los sonidos y canciones de los juguetes multiculturales regados por toda la casa y los lugares que visitamos…¡me atrevo a decir que hasta Khan, nuestro husky siberiano, es trilingüe! Los expertos en el tema, como Silke Rehman, aseguran que, en un corto lapso, un niño que está expuesto a varios idiomas desde que nace no sólo los aprende y los diferencia desde temprano, sino que además tendrá una mayor facilidad de aprender otros más en el futuro si así lo desea.

Pronto caí en cuenta de que la clave está en enfocar estos desafíos como oportunidades en vez de problemas. Para Eva, ser parte de tres culturas le abrirá puertas y seguramente le traerá ventajas inimaginables. No me sorprendería mucho que algún día se convierta en embajadora de las Naciones Unidas. Pero ahora es el orgullo de madre el que habla. Aunque aquí, entre nosotros, ése es mi sueño.

Texto por: Paola Bedoya

Foto: iStockphoto

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