La ira posparto: el enojo incontrolable de una mamá después de dar a luz

 
 
 

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“Tienes que tranquilizarte”, me dijo mi esposo. En ese momento no me di cuenta, pero mi implacable enojo después del embarazo era un intimidante síntoma de la depresión posparto. 

Por: Estelle Erasmus

Traducido por Ana Cristina González I Foto: Getty Images

Justo después de dar a luz a mi hija por cesárea de emergencia, recordé que necesitaba llamar a la compañía de teléfonos por un error en el recibo. Bajo los efectos del medicamento contra el dolor y llorando lágrimas de frustración, le grité a la persona de servicio al cliente, “No me pueden hacer esto. Me están cobrando de más. ¡No es justo!” 

Mi esposo oyó los gritos desde el pasillo, entró al cuarto y, suavemente, me quitó el teléfono. “Disculpe, mi esposa acaba de tener un bebé y está exhausta”, dijo él, “Volveremos a llamar en otro momento”.

“Estelle, tienes que calmarte”, me dijo él. Esta no sería la última vez que esas palabras salieran de su boca. 

Las señales de mi enojo posparto

Todo desencadenaba mi enojo posparto. Le grité a una enfermera que me despertó en la madrugada para tomarme la presión arterial. Cuando la trabajadora social del hospital hizo una visita de rutina a las nuevas mamás, ella me preguntó si me sentía deprimida o incapaz de cuidar a mi hija. Me sentí atacada y le contesté gritando, “¿De qué me habla? Yo puedo cuidar a mi hija. ¡Cómo se atreve a preguntarme eso!” Ella se fue rápidamente, cerrando la puerta al salir.

Yo estaba enojada también con la torpe enfermera de lactancia quien trataba de obligarme a dar el pecho, a pesar de haberle dicho que mis pezones estaban todos destrozados por darle calostro a mi hija.

Aunque yo estaba agradecida de que el hospital le permitiera a mi esposo quedarse conmigo durante la recuperación, él probablemente se arrepentía de esa decisión cada vez que yo estallaba. Me ponía furiosa ante cualquier interrupción y el constante sonido de tap, tap, tap de mis esposo escribiendo en su computadora me volvía loca.

La implacable ira que yo sentía a la menor provocación, que se sentía como si mis globos oculares fueran a explotar, me hacía sentir extrañamente empoderada. Pero los terrores nocturnos me abrumaban y me hacían sentir como si me ahogara en un mar de emociones. Los tuve desde antes de dar a luz, principalmente sobre errores médicos durante el parto, pero ahora estaban de regreso con una venganza. Mis nuevas pesadillas eran de gente en el parque que se llevaba la carriola de mi bebé. Me despertaba con las manos echas puño, lista para pelear, con la adrenalina recorriendo todo mi cuerpo.

¿Cuál era la causa de mi ira posparto?

No me daba cuenta, pero mi implacable enojo después del embarazo era un síntoma intimidante de la depresión posparto (DPP). Las estadísticas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) sugieren que una de cada nueve mujeres sufren síntomas de depresión posparto durante los primeros tres meses después de dar a luz.

Muchos se lo atribuyen a las hormonas alborotadas de la mujer y a los factores estresantes de la vida. Yo no soy la persona más tranquila del mundo, pero comúnmente soy razonable. El enojo era una indicación de mi miedo a estar aislada en mi nueva vida como mamá y mi miedo a ser un fracaso en los cuidados maternos. Esto empezó con mi incapacidad para dar el pecho y esto se debe también a que entré a la maternidad después de los cuarenta y cinco.

Tratando mi enojo después del embarazo

Yo sabía que necesitaba ayuda, así que después de regresar del hospital fui a ver a una terapeuta. Sin juzgarme, ella me hizo darme cuenta de que mi situación era normal y que yo no estaba loca. Ella me recordó que la ira posparto no me hacía una mala madre, solo me hacía ser una nueva madre estresada.

Mi terapeuta nos animó a mí y a mi esposo a lidiar con las situaciones que me enojaban; por ejemplo, si el sonido cuando él escribía en su computadora me molestaba, él se iba a otro cuarto a escribir. También nos dimos cuenta de que mi ira aumentaba si yo estaba cansada o sin dormir las horas suficientes, así que nos aseguramos de que las visitas solo se quedaran un ratito.

Pronto, me sentí reconocida y apoyada. Conforme sané a lo largo de los siguientes meses y me adapté a mi nueva vida, fui abandonando la ira posparto que había estado consumiéndome.

La mañana en que me desperté de una noche sin terrores nocturnos, miré a mi dulce bebé que dormía profundamente en su cuna, y oí a mi esposo escribiendo en su computadora sin sentir que quería lanzarlo a él y a la computadora por la ventana, finalmente supe que yo iba a estar bien. Y lo estuve.

Este artículo fue originalmente publicado en Parents.com

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